viernes, 22 de abril de 2011

La sopa de miedo y el desafío transformador

Voy a hacerte una confidencia. De niña, e incluso hasta bien entrada la adolescencia, tenía una curiosa costumbre. Cuando llegaba la hora de acostarme, tenía que apagar la luz desde el interruptor de la pared que estaba al otro lado de mi habitación (y de la cama), cerca de la puerta, lo cual quería decir que tenía que recorrer un pequeño tramo a pie desde la puerta hasta la cama, en la oscuridad. La oscuridad no me daba miedo, lo que me daba miedo era el mundo que yacía fuera de mi control debajo de la cama. Mientras hacía ese recorrido i-n-t-e-r-m-i-n-a-b-l-e, aparecían en mi mente posibilidades insólitas de todo tipo de seres que salían a invadir mi espacio, aprovechando la oscuridad reinante. Esto continuó durante un tiempo, hasta que, aprovechando que era buena gimnasta, desarrollé una ingeniosa estrategia. En el instante de apagar la luz, en vez de hacer aquel interminable recorrido a pie, cogía ímpetu y daba un salto monumental desde la puerta hasta la cama. La estrategia del salto monumental me vino bien durante una temporada porque acortaba el tiempo en el que los pensamientos negativos se mezclaban en mi mente como una sopa de miedo.

Una de las preguntas que hago a mis clientes cuando expresan lo que desean crear en sus vidas, en sus empresas o en sus relaciones, es:

“¿Y qué te lo impide?”

A lo largo de mis años de práctica he escuchado todo tipo de respuestas: No sé cómo. Temo renunciar a mi situación actual. Mi mujer/marido/pareja/madre/padre/hija/socio nunca lo entendería. Aún no me siento preparado. No tengo el dinero. Todavía me queda algo que completar en la situación en la que estoy (y en la que lleva años sin evidencia de ese “algo”). Son los “motivos” subyacentes que yo misma me doy a veces y que me retienen en mi zona de confort. Pero cuando continuamos en nuestra indagación, el denominador común que subyace a todas estas respuestas es el siguiente:

MIEDO a un FUTURO IMAGINADO

Sopa... ¿de miedo?
Toma nota de esta interesante combinación: Miedo. Futuro. Imaginado.
En este futuro imaginado intervienen todo tipo de imágenes y audiciones de lo más creativas: es una verdadera receta para la sopa de miedo. Y mientras mi cliente ingiere la sopa de miedo de su propia creación, se mantiene en su zona de comodidad, donde las posibilidades y opciones para la transformación y el cambio que anhela, y que son parte de su visión, brillan por su ausencia.

Con el estudio y la práctica a lo largo de los años, he ido entendiendo que existen dos tipos de miedos: el miedo consejero y el miedo carcelero. El miedo consejero es el que nos aconseja mantener cierta distancia de un animal rabioso, o agudizar los sentidos al andar por una calle poco transitada de madrugada. Es un miedo útil, deseable y necesario para desenvolvernos en nuestro mundo, y es inherente a los seres vivientes que habitamos en él. Cuando desaparece la amenaza, desaparece el miedo. El miedo carcelero es el que nos mantiene haciendo lo que siempre hemos hecho y de la manera en la que lo hemos hecho, por temor a ese “futuro imaginado”. Es un miedo aprendido mediante años de práctica. El miedo carcelero es el miedo consejero alimentado por nuestras imágenes y audiciones internas (y a veces las externas también) una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… Es el miedo que nos mantiene habitando en nuestra zona de confort durante años o décadas.

La zona de confort es una especie de burbuja imaginaria en la que habitamos cuando desarrollamos nuestros pensamientos o acciones más rutinarios, todo aquello a lo que estamos acostumbrados, lo que siempre hemos hecho o que nos “han dicho” que hagamos: tener un trabajo convencional, hacer la misma carrera que tu padre/madre, casarte, trabajar en la empresa familiar sin vocación para ello, tener hijos a partir de una edad, no desafiar a la autoridad por ser autoridad, desconfiar de cualquier persona desconocida, y más. En una ocasión, siendo una joven universitaria, acompañé a la estación a una amiga que iba a coger un tren. A modo de despedida y de forma automática, le solté una frase que mi madre siempre me había dicho a mí: “Buen viaje. ¡Y no hables con extraños!”  A lo cual, mi sabia y pícara amiga, contestó: “Why not? It might be fun!” (¿Por qué no? ¡Puede que sea divertido!), arrancando de cuajo una de esas creencias no cuestionadas que había echado raíces en mi inconsciencia. ¡Por suerte!

El coach Steve Hardison, cuando escucha los impedimentos de sus clientes, “Yo no podría”, “Yo soy así”, “Yo nunca lo he hecho”, les dice: “¡Pues no seas tú! ¡Sé otra persona!”  Cuando mis clientes me dicen, “No soy ese tipo de persona”, me gusta, desde el humor y la picardía, responder, “¡Pues claro que no lo eres! ¡Puedes elegir tu persona!”  Y les recuerdo que el origen de la palabra persona viene del teatro clásico, en el que no existían altavoces, por lo que los actores llevaban una máscara que reflejaba su estado emocional por la mueca de la boca, en la que también había una ranura. Esta abertura bucal hacía que el sonido se concentrase y se proyectase mejor la voz: “per sona”. Entonces, persona es lo que hace sonar o resonar (sona) a través de (per). ¿Qué “persona” te ayuda a resonar mejor? Te remito a una pregunta que hice en una entrada anterior, y que me hago al menos una vez al día: ¿En quien te tienes que convertir para serlo / hacerlo / tenerlo?

Fuera de la zona de confort encontrarás todo aquello que te desafía, que reta tus creencias más arraigadas y paralizantes, que te sacará del hastío y la repetición. Es donde se encienden tu creatividad, tu fuego interior y tu pasión. TODAS las posibilidades para la transformación y el cambio están fuera de tu zona de confort. Por eso esta crisis es tan dolorosa a veces: porque nos ha lanzado fuera de nuestra zona de confort, a la zona, no ya de alarma (que es la zona intermedia, del cambio moderado) sino a la de pánico, a la que exige una remodelación de nuestra misión, nuestra identidad, de nuestros paradigmas y de todas nuestras acciones.

Así iba pasando el tiempo, me daba cuenta de que aquel salto monumental no era demasiado dignificante para una joven a punto de convertirse en “señorita”, como decíamos en aquel entonces. Pero como la fuerza invisible de mi imaginación aún imperaba en el oscuro reino de debajo de mi cama, fui desarrollando otras estrategias, la última de las cuales, y que no tuve que repetir sino un par de veces, fue la de hacer aquel recorrido interminable, apuntando con una linterna debajo de la cama, y como última acción antes de dormirme, asomarme por un lado de la cama e iluminar con la luz de la linterna aquel mundo invisible donde lo peor que podía ocurrir era mi propio movimiento mental.

Vacía tu cuenco de la sopa de miedo y pregúntate: ¿De qué manera voy estirar mi zona de confort en los próximos días?

Mucha Luz en tu camino. Y gracias por tu compañía.

sábado, 2 de abril de 2011

Coaching transformador para las crisis


La crisis. Una de las palabras que escucho con más frecuencia en mi práctica de coaching. Crisis personal, crisis de pareja, crisis económica, crisis adolescente, crisis emocional, crisis en el trabajo, crisis social, crisis de identidad, clientes en crisis. Bastante repetido es el pictograma chino de la palabra crisis, con sus significados combinados de peligro y oportunidad. Pero, en nuestro idioma, ¿de dónde procede la palabra crisis? El año pasado un compañero consultor me pidió que le sustituyera un día en un curso que estaba dando sobre la crisis. Entré en crisis rápidamente: “¿Cómo voy a hablar de crisis? ¡Yo no soy economista!”, pensé, aterrorizada. Pero la insensata parte de mí, a la que le gustan los retos, contestó rauda, veloz y antes de que el miedo fulminante apareciera en escena: “¡Claro, sin problema!”

Con el corazón latiéndome a mil, la boca seca y aplicándome todos esos recursos de relajación que llevo en mi caja de herramientas para la vida, me lancé a prepararme la clase. Y lo primero que hice fue indagar la etimología de la palabra crisis, y esto es lo que aprendí:

Proviene del griego κρίσις (krísis) que a su vez viene de κρίνω (kríno), que significa, entre otras cosas, seleccionar, separar, enjuiciar o decidir. De ella evolucionó la palabra “crítica” que tiene que ver con hacer un análisis o una evaluación de una situación. Pero la acepción más interesante que encontré, utilizada en una frase por el mismo Hipócrates, y de uso corriente en la Grecia clásica, es la de crisis como “punto de inflexión en una enfermedad, que luego será determinante de si la persona vive o muere.” ¡Fascinante!

Cuando un/una cliente decide comenzar un proceso de coaching, suele encontrarse precisamente en un punto de inflexión. Algo en su vida está en crisis, y la persona sabe que algo debe transformarse para recuperar la armonía. Lo interesante de las crisis, a las que yo prefiero llamar “etapas de transición” (sólo porque genera en mí mayor sensación de confianza y bienestar), es que uno no está ni al principio ni al final de algo, sino más bien en tierra de nadie. Es como si la persona hubiese atravesado un umbral hacia un mundo desconocido, donde llega con las reglas, usos y costumbres del mundo al que estaba acostumbrada, y se empeña en utilizar esas reglas, usos y costumbres en este nuevo mundo porque es lo que conoce y es con lo que está familiarizada. Pero la crisis, etapa de transición, o ese "mundo desconocido" no necesariamente comparten esas reglas. Y sí, ese “pequeño” vacío donde lo antiguo ya no sirve y lo nuevo es ajeno, puede ser aterrador. La impredecibilidad nos conecta con nuestra propia vulnerabilidad.

Encontrarnos sin trabajo, después de estar toda una vida prestando nuestros talentos al servicio de otros, encontrarnos sin la pareja que creíamos tener de por vida, encontrar que la llegada de un hijo ha cambiado una forma de vida cómoda y familiar por otra familiar, pero no tan cómoda ni conocida, encontrar que los clientes que antes pagaban con asiduidad ya no pueden pagarnos, encontrar que ya no encajo en mis entornos ni entre mis amigos y amigas habituales, todo ello, y más, son manifestaciones del encuentro con esa nueva realidad, con ese "pequeño" vacío, donde los parámetros han cambiado. Y esto realmente es lo normal. Lo que pasa es que los seres humanos convertimos en normal el “no-cambio”. Y aquí es donde radica el punto de inflexión.

Entonces, ante esta oportunidad que me permite, según la etimología,  separarme de lo anterior, seleccionar y tomar decisiones acerca de la nueva realidad que contribuiré a crear ahora con las acciones que decida tomar, ¿qué decido? La psicóloga y escritora Gill Edwards decía que "Puedes tener lo que quieres, o tus excusas para no tenerlo" ("You can have what you want, or your excuses for not having it").

Las opciones son infinitas, pero consideremos dos de ellas, por abreviar. La primera está en adoptar la mirada de víctima. Y está puede ser deliciosamente reconfortante durante un breve período de tiempo, y es posible que hasta sea necesario lamerme las heridas y mostrarlas a los demás para recibir el apoyo que necesito en esa primera etapa de desorientación y shock. El peligro está en convertir la crisis (cualquiera de ellas: Crisis o crisis) en mi tarjeta de visita de víctima. Recuerdo un grupo de trabajo personal, de los años ochenta en Londres, cuyos integrantes tenían la cruel (pero a veces hilarante) consigna de decirse entre sí “Victim story!” cuando alguien se afincaba en su historia de dolor y pena, y se negaba a salir de ella. Y es que las historias de víctima (las “victim stories!”) nos hacen sentirnos especiales, diferentes, nos ponen en el lado de la razón y despiertan la simpatía y la indignación de nuestros escuchantes. Una parte de nuestra cultura (y si no observen atentamente determinados canales de televisión) está edificada sobre los cimientos del victimismo. Y repito: es una opción. Y planteo: ¿cuáles son sus consecuencias a largo plazo?

Cuando invertimos demasiada energía en esta opción, mermamos la energía disponible para las otras opciones. Es como estar aferrados al umbral, ante las posibilidades infinitas de ese nuevo mundo, gritando “¡Estoy obligada a estar aquíííí!” Cuando las únicas manos que se aferran a lo antiguo son las mías, y mientras estoy aferrada al umbral, me niego la posibilidad de adentrarme en el nuevo mundo para explorar sus posibilidades.

¿Estás en crisis? He aquí la otra opción. Suelta. Adéntrate en ese nuevo mundo de posibilidades. Date permiso para no tener todas las respuestas de inmediato. Puede que algunos de tus recursos te sean útiles, pero lo cierto es que necesitarás recombinarlos o desarrollar algunos nuevos. Date permiso para equivocarte por el camino, para explorar, para pedir ayuda. Sí, es aterrador, es nuevo, es desconocido, tendrás que agudizar los sentidos, reeducarte, volver a aprender y aprehender, e ir creando nuevas reglas, y habituarte a él…hasta la próxima crisis.

En aquella clase de dos horas que finalmente di, no sin cierta zozobra, una de las participantes hablaba de su manera de experimentar la crisis como una fuerza creativa en la que la adversidad le había permitido manifestar sus talentos ocultos y crear un nuevo camino en su vida. Es como ir por un solitario camino, en una noche fría y cerrada,  y encontrar que un enorme tronco de madera te bloquea el paso, y no ves la forma de atravesarlo. Puedes lamentarte, maldecir el tronco, enfadarte, frustrarte, y no hay nada de malo en ello… sólo que… ¿y si enfocas tu energía en crear nuevas posibilidades? Si tuvieras unos fósforos o un mechero a tu alcance... ¿y prendieras fuego al tronco? Podrías disfrutar del calor que te da. Y también de la luz. Como dice el coach Steve Chandler, utiliza el problema para encender tu fuego interior, consúmelo y conviértelo en energía. Y ello cambiará las historias que te cuentas.

Mucha Luz en tu camino. Y gracias por tu compañía.